Una profunda herida sanada gracias a la Virgen de Torreciudad

26 de mayo de 2024

Quiero contar un milagro que la Virgen de Torreciudad ha hecho en mi vida. Son de esos milagros que san Josemaría decía que pasarían ocultos porque es algo que queda entre cada persona y la Virgen. Quiero pasar lo que me quede de vida agradeciendo. Y un modo de hacerlo es contar mi historia. Es tan grande lo que ha hecho la Virgen en mi vida que no importa mi nombre ni mi procedencia. Aquí la protagonista es Ella, así que yo quedaré en el anonimato que es mi papel.

Han pasado muchos años de ese primer encuentro con la Virgen en Torreciudad, pero recuerdo como si fuera ahora lo que viví durante aquella Semana Santa. Unas amigas me invitaron a pasar unos días en Torreciudad, y aunque siempre me ha gustado viajar y conocer personas y sitios diferentes, rechacé el plan. Hacia fuera la excusa era que no podía permitirme ese viaje. La verdad más profunda era que yo no pintaba nada en un viaje religioso, cuando por dentro estaba distante con Dios con la idea firme de dejar de acudir a la iglesia. Para mí era incoherente hacer un viaje de ese estilo si por dentro quería romper toda relación con Dios.

¿Como terminé allí? Puedo explicar muchas cosas, pero la idea principal es que mi madre me dijo que, si quería, que fuera: «te hará bien», me dijo. De alguna manera, mi madre me puso en manos de la MADRE con mayúsculas. Las madres saben a quién confiar a sus hijos. Nadie sabía lo que me pasaba por dentro, pero sí era evidente que algo ocurría. Yo había cambiado. Externamente podría tener motivos, pero la causa real solo la sabía yo: me topé con una cruz demasiado grande y demasiado pesada para mí. Muy oscura y sin respuesta, porque así es la cruz, también la de Jesús. Había sufrido una violación, y esta es una herida que deja marca para siempre. No merece la pena explicar nada más de este suceso.

Hice las preguntas que todos nos hacemos ante el sufrimiento: ¿dónde está Dios? ¿por qué permite esto? ¿por qué a mí? ¿realmente se puede perdonar todo como Jesús pide en el evangelio? Había dos temas fundamentales que no encajaban:
• Dónde está Dios ante el sufrimiento, cómo se manifiesta ese cuidado amoroso que tiene por cada una de sus criaturas.
• Yo no podía rezar el Padrenuestro, porque no era capaz de perdonar. Por lo tanto, Dios tampoco me perdonaría a mí.

A mi modo de ver, yo estaba perdida. No era capaz de vivir algo que aprendí a rezar a diario desde pequeña en el Padrenuestro. ¿Qué sentido tenía todo lo demás? Por dentro estaba rota, no tenía esperanza. «Nadie puede hacerse cargo de mi dolor. Estoy sola humana y espiritualmente. Dios ha mirado a otro lado ante mi sufrimiento», así pensaba. Era tal la oscuridad, que lo único con lo que dialogaba en ese entonces era con la idea del suicidio. Era la única salida posible. Y así llegué a Torreciudad una Semana Santa.

Y empezó el milagro. Llegué al santuario, y en los momentos de espera hasta el comienzo de los oficios, donde se rememora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, sucede lo inesperado: soy capaz de estar sola conmigo misma. No hablo, solo miro a la imagen de la Virgen y descubro que es Madre, mi Madre, que me conoce perfectamente y me cuida. Descubro también la capilla del Cristo. No la puedo describir, tienes que venir y ponerte delante de Él. Yo no hablé, me quedé muda. Se hizo el silencio en mi interior.

Mirando a Jesús en la cruz, me di cuenta de que no podía seguir quejándome de mi sufrimiento eternamente. Y comencé a darme cuenta de que su cruz y la mía tenían mucho que ver. Con las lecturas de los oficios de esos días descubrí que Jesús también preguntó a su Padre: ¿por qué a mí, por qué la cruz? Descubro que Él también lloró y necesitó consuelo. Y pasé esos días conversando con la Virgen, a la que descubrí como Madre: con ella me resultaba fácil dialogar. En cambio, con el Cristo de Torreciudad no podía hablar, ni quejarme, así que nos manteníamos la mirada. Muchas veces con la mirada se dice más que con palabras.

Y siguieron ocurriendo cosas a las que yo era incapaz de negarme. Había una fuerza muy grande en mi interior que conducía mis pasos a lo que da la verdadera paz y la alegría más profunda. Y me acerqué al sacramento de la confesión. ¿Qué pesaba en mi corazón? Querer alejarme de Dios en el momento que aparece la cruz. Todas estas cosas quedaban entre María, Jesús y yo. Iba con amigas, pero no había nadie con la que tuviera la suficiente confianza como para contar todo esto. Volví cambiada para bien, reconduje mi vida. Más bien ha sido la Virgen la que ha ido arreglando todo en el mejor momento.

Y ha puesto a mi lado personas que me han ayudado a sanar todas las heridas. Una por una. Ha permitido poder perdonar de corazón a la persona que me hizo tanto daño, he convertido mi dolor en oración de intercesión por ella. De que Dios es Padre y la Virgen es Madre, ya no me queda ninguna duda. Y me hace comprender el sentido profundo de la Providencia. ¿Y la cruz? Es una escuela: todas las personas tenemos cruz, cada uno la suya, y también la ayuda necesaria para llevarla. Y lo más importante: descubrí que no estoy sola, que Cristo la lleva conmigo. De hecho, ya la había cargado antes.

Este es un milagro de sanación completo, total. La cicatriz está, del mismo modo que Jesús resucitado lleva las marcas de los clavos y de la lanza junto a su corazón. Pero la herida ha curado bien. He podido colocar las cosas en su sitio. He rehecho mi vida y soy feliz. Dios quiere contar conmigo de un modo especial.

Desde entonces acudo a Torreciudad siempre que puedo. Voy al santuario que, para mí, es llenarme de nuevo por dentro. Es volver al lugar donde mi vida dio un giro por completo. Es el lugar donde encuentro la paz y de donde vuelvo con fuerza. ¿Hay momentos que el recuerdo duele? No puedo negarlo, decir otra cosa no sería cierto, pero he podido hacer las paces conmigo misma y comprender que esta es mi historia completa. Sin ella no sería quien soy ahora y realmente estoy feliz al darme cuenta de cómo Dios puede cambiar el curso de la historia para bien. He aprendido tanto que no quiero olvidarlo. Puedo mirar al pasado con paz.

Sin este encuentro con la Virgen de Torreciudad, nada de esto habría sido posible.

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