Montserrat Albert, una de las primeras mujeres que llegó a trabajar a Torreciudad, rememora la estancia de san Josemaría en el santuario en mayo de 1975. Con motivo del 26 de junio, festividad de San Josemaría, traemos a recuerdo el testimonio directo de Montserrat Albert sobre el fundador del Opus Dei, con quien coincidió durante su estancia en Torreciudad un mes antes de fallecer. Montse, apelativo cariñoso con el que se le llaman, llegó a Torreciudad a primeros de octubre de 1973, en plena construcción, para organizar la administración del santuario y de las dos casas de retiro y convivencias, por las que actualmente pasan centenares de personas que participan en cursos de retiro espiritual y de formación cristiana. A punto de finalizar las obras, fue testigo directo de la última visita de san Josemaría Escrivá al centro de peregrinaciones, con motivo de la Medalla de Oro que le imponía su ciudad natal, en mayo de 1975. Fueron tres jornadas de convivencia junto al fundador del Opus Dei que ella atesora y rememora como si hubieran sido ayer:
“Deseaba que con nuestra presencia y con el cuidado de los detalles y de la limpieza, procurásemos que los obreros fueran también cuidando las cosas”. Al hacer memoria, Albert, apreció su ejemplo de “verdadero padre” en algunas de las actitudes que mantuvo para con el grupo de mujeres que habían comenzado a trabajar allí, “nos preguntó si teníamos miedo, de si la casa era húmeda, de cómo estábamos en general… Por ejemplo, una noche sonó el timbre de la puerta y como no esperábamos a nadie nos asustamos. Resultó ser el guarda, que venía a preguntar si había alguna novedad, seguro que -¡estoy segura eh¡- que debió ser él quien tomó la iniciativa”, afirma. El día de su partida, el 26 de Mayo del 75, “el Padre nos dijo que pidiéramos a la Virgen para que fuera siempre bueno y fiel, luego nos dio la bendición y nosotras le preguntamos si volvería pronto”. Acto seguido, cuenta Montse, cogieron unas servilletas blancas, a modo de pañuelo, para que al sacudirlas al aire les pudiera reconocer desde la lejanía. “Tiempo después me enteré de que este gesto le había causado cierta emoción, pareciéndole el preludio de su muerte, viendo a mis hijas diciéndome adiós”. No olvida tampoco la fuerza que empleaba san Josemaría para hablarles sobre su trabajo: “Nos insistía mucho en la importancia de nuestras tareas, de que la santidad en el Opus Dei está en santificar el trabajo, que servir es un labor estupenda y que se podía santificar. Comentaba que puede haber gente con muchos títulos, muchas cosas… pero que en la vida lo único que cuenta es ser santos, y que nosotras nos teníamos que santificar haciendo nuestro trabajo; hecho por Dios, en la presencia de Dios y para Dios”.