Skip to content Skip to footer

Épila, Zaragoza, Aragón

 

La cofradía de la Virgen de Rodanas de Épila (Zaragoza) organizó, el 17 de julio de 2010, una multitudinaria peregrinación para entronizar en el santuario a su patrona. Participaron en la misma las autoridades municipales: el alcalde, el teniente alcalde y algunos concejales, además de las autoridades de la Cofradía.

 

INFORMACIÓN SOBRE ESTA ADVOCACIÓN

En 1546 hubo una aparición mariana en el Cabecico de la Virgen. Hay un peirón con la Virgen en la cima, que recuerda la efeméride. Tras la aparición se planteó la construcción del santuario, que empezó solamente como iglesia y que en el siglo posterior extendió su perímetro con los edificios contiguos que ahora vemos.
Rodanas son los montes cercanos a Épila en donde cuenta la tradición cristiana que allí se apareció la Virgen, por eso existe un santuario de indudable valor arquitectónico. El topónimo Rodanas deriva del de la ciudad francesa de Rouen, en donde, según la tradición, era venerada la imagen de la Virgen antes de su aparición que se apareció en estas tierras, aunque también puede derivar del árabe Roda nadir ‘frente a Roda’ (Rueda de Jalón).

La leyenda cuenta que la imagen en alabastro de la Virgen se le apareció a un pastor mientras apacentaba a sus ovejas. Esta imagen tiene siete flores de lis, símbolo de la pureza y de los siete pueblos que la rodean: Ricla, Nigüella, Mesones, Tabuenca, Rueda de Jalón, Lumpiaque y Épila. El padre Faci escribe que la Virgen de Rodanas se veneraba en un convento de Tolosa (Francia), pero que debido a una persecución sacrílega a las imágenes, la Virgen se le apareció a un pastor en el paraje de Rodanas, a dos leguas de Épila. La imagen era de alabastro, de tres palmos de alta, llevando un manto de seda azul con algunas flores de lis en el momento de su aparición. La Virgen fue trasladada a la nueva capilla el 7 de mayo de 1685. La Virgen se encuentra en una urna, protegida con un cristal, que regaló Fernando de Sada, marqués de Campo Real. Al arzobispo de Zaragoza, Antonio Ibáñez de la Riba, le pareció bien este regalo y pidió que no vistiesen a la Virgen, a pesar de los ricos mantos que tenía.

El retablo se hizo a cargo de Joaquín Navarro y Vela, infanzón de la villa de Añón. El padre Faci cuenta que delante de la Virgen ardían dos lámparas de plata, aunque el humo nunca había ennegrecido la capilla. El padre Faci señala que de un cántaro manaba abundante aceite, del que los fieles se servían como segura medicina. Pero en 1707 cesó de manar aceite pues, según el sentir popular, alguien se había valido de él para alguna superstición. Desde entonces, aunque el cántaro se conservaba húmedo, se echaba en él otro aceite, que se repartían los fieles devotos en busca de la salud perdida. Se cuenta que en 1707 y 1720 se llegaron a contabilizar en Épila hasta trescientos enfermos graves. La Virgen se condujo a la villa y todos los enfermos lograron consuelo y alivio a sus males. En 1688 visitó la ermita Pedro Azlor, canónigo de Zaragoza, donde cogió un clavel seco que tenía la Virgen. Lo colocó en una bolsa de reliquias, donde había un relicario con una pasta de Inocencio XI, protegida con un cristal. Al cabo de unos días el canónigo abrió la bolsa y comprobó que el clavel había traspasado el cristal, permaneciendo unido a la pasta.