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Calatayud, Zaragoza, Aragón

 

El 20 de octubre de 2002 llegó al Santuario de Torreciudad esta imagen. Muchos bilbilitanos vinieron en la peregrinación que, organizada por La Esclavitud, fue presidida por el obispo de la diócesis.

 

INFORMACIÓN SOBRE ESTA ADVOCACIÓN

Cuenta la tradición que en 1120, poco después de que el rey de Aragón Alfonso I el Batallador entrase victorioso con sus tropas en Calatayud se encontró prodigiosamente una antigua efigie de la Virgen María llamada, por el lugar de su hallazgo, Nuestra Señora de la Peña, imagen que habría sido escondida por los bilbilitanos, siglos antes, entre las fragosidades del monte, ante el temor fundado de que fuese a caer en manos infieles.

Se creyó advertir entre las gentes que una estrella rutilaba cada noche sobre el paraje agreste. Señalaba la pista para descifrar un gran misterio. Al cavar en el montículo apareció, en el hueco de una campana, una talla de la Virgen: de tez morena, hierática, sedente, de larga cara y ancha mano, con el Niño Jesús sentado sobre el borde de su rodilla izquierda, en actitud de bendecir con la diestra y de mostrar con la otra el Evangelio.

La alegría popular por tan feliz suceso alcanzó los más altos grados de entusiasmo y fue celebrado con rezos, cantos, flores, versos, promesas, romerías, procesiones y dádivas generosas para alzar un templo votivo en donde rendir culto perpetuo a la que desde entonces viene siendo PATRONA, REINA Y MADRE DE CALATAYUD. Hay constancia de que la parroquia de la Peña, modesta fábrica de tipo religioso, existía antes de 1180 sobre el altozano de la aparición. Con el tiempo fue elevada a la condición de colegial, servida por numeroso cabildo, dotada de importantes bienes patrimoniales y ampliada varias veces, resultando una bonita y devota iglesia, de estilo gótico con reminiscencias mudéjares. Con la Guerra de los Pedros sufrió la fábrica grandes daños. Enormes bolas de piedra, lanzadas desde el campamento castellano, demolieron en buena parte la cubierta, bóvedas y muros adyacentes. Con todo, el triunfo definitivo de las armas de Aragón, muy inferiores a las de Castilla, despertó en los sobrevivientes el arrebato de la victoria, y el vecindario se apresuró a reparar los desperfectos y decidió subir todos los años a la casa de la Virgen para celebrar fiesta de acción de gracias los primeros días del mes de septiembre. El heroísmo derrochado entonces por Calatayud en defensa de su independencia y su fidelidad a la Corona, le mereció justamente el título de ciudad.