Oñate, Guipúzcoa, País Vasco

El Orfeón Donostiarra viajó acompañado por un numeroso grupo de guipuzcoanos, con una réplica de su patrona, el 8 de julio de 2000.
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En el año 1469, un pastorcito llamado Rodrigo de Balzategui recorriendo junto a sus cabras las faldas de la montaña de Aloña se sorprende al encontrar sobre un verde espino la imagen de la Virgen María, de pequeña proporción, con la figura de su hijo en brazos, y una campana a manera de gran cencerro al lado. En aquel momento, el pueblo vasco estaba envuelto en constantes guerrillas y luchas intestinas, donde oñacinos y gamboínos combatían a muerte. Ese panorama desolador se había agravado por la inacción en las faenas agrícolas y por una prolongada e implacable sequía, de interminables dos años de duración. En ese angustiante momento, al borde de la ruina total, es cuando apareció en Aloña la imagen de Aránzazu. Para los creyentes, Aranzazu tendía la mano salvadora. Aránzazu llevó un mensaje de paz para la turbulenta época y así lo comprendió el pueblo al escuchar las palabras del pastor: “Padres y Hermanos, ¿por qué os cansáis en hacer tantas procesiones?, sabed que más allá de Gesalza, hallaréis una Santica sobre un espino. Está sin ermita, ni cubierta; y si no la vais a ver y a visitar en procesión allá, no lloverá” Un grupo acompañó al pastor hacia el intrincado lugar y corroboraron con asombro sus dichos. Al regresar a la villa de Oñate, entonando cantos de alabanza comenzó un hecho impactante: comenzó a llover torrencialmente. El milagro de la manifestación de la Virgen, así como el prodigio de la repentina lluvia recorrieron rápidamente el país y con ella la esperanza de una paz duradera.
A los pies de la Virgen de Aránzazu, se citaron por primera vez sin armas los jefes de los bandos: “Aquellos hombres, rudos para la guerra y blandos para la piedad, se desprendían voluntariamente de la coraza de vanidad y amor propio para humillarse ante la Madre” Así nació una Cofradía de Aránzazu, conformada por personas de Oñate y Mondragón, que por años ansiaron su mutua destrucción, transformando el odio en perdón y fuerza creadora. Como lo muestra su significación etimológica, “Arantza-zu” era un lugar abundante en espinos, con tupidos bosques. Al ver la imagen mariana, el asombrado pastorcito exclamó “¿Arantzan zu? (¿tú en el espino?)».
A través de los siglos, Aránzazu obtuvo un aura popular de milagros realizados: “Naufragios inexplicablemente abortados, furiosas tempestades fulminantemente amansadas, cadáveres devueltos a la vida, incendios que respetan porciones selectas, reviviscencia de miembros tullidos, rápidas huidas de enfermedades mortales, espeluznantes posesiones diabólicas evitadas”, todo lo cual acrecentó su devoción en diversos lugares del mundo. Entre ellos, se encuentra la ciudad de Victoria, cuya fundación sucede gracias a la construcción de un Oratorio, el 13 de mayo de 1810, el cual venera a la Virgencita de Aránzazu.