El 23 de mayo de 1975 comenzó la tercera y última visita del Beato Josemaría a Torreciudad, centrada en el acto de entrega de la Medalla de Oro por parte del Ayuntamiento de Barbastro. La visita concluyó el día 26, justo un mes antes de su fallecimiento. El 7 de julio el santuario era abierto al culto con un funeral por el eterno descanso de su alma, con la presencia de miles de fieles.
Habían pasado cinco años desde la romería de abril de 1970. Entonces comenzaban las obras de construcción de Torreciudad, y lo que podía verse eran las primeras excavaciones y cimientos, y un gran boquete con el perímetro del santuario marcado con cal. Después de cinco años de trabajo muy intenso, el templo estaba terminado, así como el retablo, que había superado difíciles vicisitudes que hicieron peligrar su terminación en el plazo previsto. En mayo de 1975 sólo quedaban pendientes algunas zonas del recinto, que se terminaron enseguida.
El 23 de mayo comenzó la tercera y última visita del Beato Josemaría a Torreciudad, centrada en el acto de entrega de la Medalla de Oro por parte del Ayuntamiento de Barbastro. La visita concluyó el día 26, justo un mes antes de su fallecimiento. El 7 de julio el santuario era abierto al culto con un funeral por el eterno descanso de su alma, con la presencia de miles de fieles. Unos meses antes, Mons. Escrivá había dicho: «Yo no iré para la inauguración de Torreciudad. Una vez acabadas las obras, el Consiliario bendecirá el lugar con la fórmula de la ‘benedictio loci’, y a continuación darán comienzo los cultos».
Primero, la ermita
A las 12 de la mañana del día 23 llegó Mons. Escrivá a Torreciudad, y quiso bajar en primer lugar a la ermita, después de rezar el «Regina Coeli» en la explanada. Recuerda D. César Ortiz-Echagüe que en un lugar de la carretera «estaban todavía los grandes letreros que, en varios idiomas, explicaban cómo Torreciudad se construía con la ayuda económica de muchos millares de personas, movidas por su amor a la Santísima Virgen. Al verlos, el Padre -que fue quien nos sugirió que los colocásemos- me hizo parar el coche y leyó uno de ellos. Al terminar, nos comentó que esos carteles, u otros semejantes, debían seguir allí y pintarlos y repintarlos, para recordar a los peregrinos que Torreciudad tenía que sostenerse con la ayuda de todos». Recuerda Heliodoro Dols que al llegar a la ermita se paró en el atrio exterior, delante del azulejo que representa a la Virgen, con la jaculatoria «Domina nostra ac Mater Nostra Turris Civitatis, Regina Angelorum», y dijo (refiriéndose al documento en el que el Papa le concedió la facultad de coronar a la Virgen de Torreciudad): «Estos son los títulos que hay en un documento que no utilizaremos en mucho tiempo porque nosotros la tenemos coronada en el corazón».
Ya en el interior de la ermita rezó ante el cuadro que representa la imagen de la Virgen antes de su restauración, pintado por Federico Laorga en 1970. Al salir, se detuvo para contemplar desde allí los nuevos edificios de las casas de retiros y comentó: «Con material humilde, de la tierra, habéis hecho material divino». Durante el regreso iba contemplando todo el conjunto detenidamente, en silencio, y en un momento determinado le oímos decir: «Me parece un sueño; y es que soy hombre de poca fe». «A pesar de que todos sabíamos que, si Torreciudad se había hecho, era exclusivamente por la fe enorme del Padre, sin embargo, sus palabras eran tan sinceras que, una vez más, percibíamos su humildad profunda», recuerda D. César Ortiz-Echagüe.