Skip to content Skip to footer
LA TORRE

Dentro de las alabanzas a María incluidas en las Letanías Lauretanas, se incluyen dos en las que se la compara a una torre, Turris Davidica y Turris eburnea: Torre de David y Torre de marfil. La oración más antigua dedicada a la Virgen que se conserva es la que comienza: Sub tuum praesidium confugimus Sancta Dei Genitrix… La traducción habitual al castellano dice: “Bajo tu amparo nos acogemos Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en nuestras necesidades, antes bien, líbranos siempre de todos los peligros, Virgen gloriosa y bendita”. Pero una traducción más literal de praesidium sería “fortaleza”, “alcázar”. Ya los primeros cristianos acudían a la Virgen en busca de seguridad.

La torre es también –al margen de que sea un puesto de defensa en la ciudad– el lugar elevado donde el centinela puede saber, antes que nadie, quién se acerca. Así María, como torre, cumple con todos esos cometidos. Ciertamente fue la defensa del género humano, a través de la cual no pudo entrar el antiguo enemigo. Y, por otro lado, fue Ella la centinela que, antes que nadie, avistó el “sol de justicia”, Cristo, que venía desde el cielo a habitar en sus purísimas entrañas. La simbología de la torre alude, pues, por un lado, a la fortaleza y a la resistencia; por otro, lugar de vigilancia donde se divisa la llegada de la salvación.

TORRE DE DAVID

La migdal David (en hebreo) que se compara a Nuestra Señora está descrita en el Cantar de los Cantares (4, 4): “Es tu cuello cual la torre de David, construida con sillares, de la que penden mil escudos, miles de adargas de capitanes”. El cardenal Newman explica que David, rey de Israel, construyó para la defensa de su ciudad una torre notable de la que colgó sus trofeos cobrados al enemigo y, “puesto que David es tipo de nuestro Señor, así la torre es una figura de la Virgen Madre de Dios. Se la llama Torre de David porque ella ha cumplido el oficio de defender a su Hijo del ataque de sus enemigos”. Esta afirmación viene avalada por la liturgia en la antífona en que la Iglesia canta que “Ella sola destruyó todas las herejías del mundo”. Al igual que en aquella torre quiso el Rey depositar todos sus trofeos, Dios quiso depositar en la Virgen Santísima, los tesoros de su gracia a manera de lujosos collares para embellecer a la Madre de su Hijo.

TORRE DE MARFIL

“Es tu cuello como torre de marfil” (Cant. 7, 4). Este versículo se aplica también a la Virgen María porque la torre, al ser inexpugnable, simboliza también la virginidad. El cardenal Newman explica que esa fortaleza debe estar equilibrada con una cualidad eminentemente femenina, la gracia: “Se dice que las torres son colosales, ásperas, pesadas, obstructivas, estructuras sin gracia hechas para la guerra, no para la paz; sin nada de la belleza, el refinamiento y la exquisitez que son tan notables en María. Es verdad: por eso se le llama Torre de Marfil, para sugerirnos –por el brillo, la pureza y la delicadeza de ese material– toda la trascendencia de la amabilidad y gentileza de la Madre de Dios”.

TORRE DE LA CIUDAD

En el santuario de Torreciudad, al rezar el rosario, después de alabar a la Virgen como Torre de David y Torre de Marfil, se la invoca como Torre de la Ciudad, utilizando el título que desde el s. XI tenía la Señora en su antiguo santuario: Virgen de Torreciudad. San Josemaría en una meditación personal, pero hecha en voz alta, dijo: “Que la Madre de Dios sea para nosotros Turris Civitatis, la torre que vigila la ciudad: la ciudad que es cada uno. Con tantas cosas que van y vienen dentro de nosotros. Con tanto movimiento y a la vez con tanta quietud; con tanto orden y tanto desorden; con tanto ruido y tanto silencio; con tanta guerra y tanta paz” [1].

José María Pemán escribió un poema sobre Torreciudad que termina así:

La piedra viril y dura

se ha convertido en ternura

a las plantas de María.

Señora del nuevo día,

aurora del Pirineo,

desde los valles te veo

como una torre de Amor…

Torreciudad es una torre de Amor. Es fruto del amor de un aragonés, enraizado en su tierra, pero de corazón y mente universales. San Josemaría dijo en una ocasión: “Me da mucha alegría la devoción que se tiene a la Virgen en Fátima y en Lourdes; me llena de gozo que se honre con tanto amor a nuestra Madre del Cielo. También contribuiremos nosotros a que aumente este amor, con lo que vamos a construir en Torreciudad” [2].

Javier de Mora-Figueroa
Rector de Torreciudad

[1] JULIÁ, Ernesto: Letanías de la Virgen, Ed. Palabra.

[2] GARRIDO, Manuel: Barbastro y el Beato Josemaría Escrivá, Excmo Ayto. de Barbastro.

Reserva tu visita

Para que disfrutes de la mejor experiencia posible,
aconsejamos que reserves tu visita desde aquí.