Carisma de maestro

25 de marzo de 2008

El Stabat Mater de Torreciudad de Agustín J. Lázaro, estrenado el Sábado Santo, logró irradiar a la perfección el drama de la Pasión y Muerte de Cristo, insertando la figura de la Virgen en su difícil misión junto a la Cruz del Calvario. Para conseguirlo, el joven compositor se valió de una estructura tremendamente moderna, atrevida y musicalmente cercana a las composiciones de líneas y puntos de Cristóbal Halffter, de la generación del 51. Al mismo tiempo, su obra representaba un diseño maravilloso de la religiosidad popular acompañando el dolor de la Virgen, fruto de la mucha inspiración atesorada de la piedad recia del pueblo castellano. Dicho diseño, se pudo percibir en los modos del coro en el momento de recitar el Avemaría, por medio de un aparente caos pero reflejo extraordinario de esa piedad popular que no contempla la Pasión extrínsecamente sino que la lleva dentro.

El fondo de la composición es trágico -todo lo que conlleva el drama del Calvario y los dolores de la Virgen- y así se presenta este Stabat Mater desde la primera estrofa; el coro haciendo rasgados, asonantes y sin palabras. La participación de los cantores, desplegándolos por todo el ámbito del santuario, interviniendo con sus pisadas, abandona el papel de masa para convertirse en protagonistas individuales. Con toda seguridad, los presentes en el concierto, aun siendo en su mayoría totalmente profanos en musicología, lograrían rezar o meditar la Pasión, objetivo por otra parte del compositor desde que escribiera la primera nota, ya que toda ella es una interpelación personal, buscando al individuo, demandando atención personal para promover una respuesta particular.

En cuanto a la interpretación, se aprecia que el compositor traza la obra pensando exclusivamente en el sustrato del espacio interior del santuario y la enorme riqueza tímbrica de un órgano como el de Torreciudad, con más de 4.000 tubos. Por su parte, la organista Maite Aranzabal, estuvo a la altura de las circunstancias, consiguiendo en cada momento el color y la sonoridad adecuados. En definitiva, un concierto muy de agradecer tanto a su compositor, como a la organista y director, Conrado Betrán, que se emplearon a fondo.

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