Con la Virgen de Torreciudad en la cabecera de la cama del hospital

28 de September de 2025

Un club muy especial

El sábado 5 de noviembre de 2011, como todas las semanas, Fernando y Belén fueron a desayunar a «La Perla», un bar de raciones de Moratalaz (Madrid), de esos que merece la pena ser frecuentado. Esa mañana vieron un cartel en la pared que anunciaba un torneo de pádel organizado por el Club Juvenil y Familiar Salces. Lo hablaron entre ellos y decidieron que lo mejor que podían hacer por su hijo David —que estaba pasando por un mal momento, motivado por algunos compañeros del colegio— era apuntarle al torneo y al club, y ya de paso a Santi, su hijo pequeño.

Así fue como empezaron a participar en las variadas actividades lúdico-deportivas y familiares que ofrece esta asociación: fútbol, campamentos, juegos de mesa, cine-fórums, charlas formativas… Allí conocieron a los jóvenes voluntarios que atendían como preceptores a sus hijos y al resto de socios del club: Josemari, Antonio, Edu, Mariano, Álvaro, Chollos, Pablo… Pasado un tiempo, la psicóloga del colegio preguntó a Fernando y a Belén qué estaban haciendo bien para que David hubiera mejorado en su comportamiento. La respuesta fue sencilla y directa: estaba yendo por un club del Opus Dei, lo cual sorprendió mucho a esta profesional. Poco a poco, David y Santi hicieron muchos amigos y vivieron buenas y numerosas experiencias.

Los runners

Años más tarde, ambos se incorporaron al club universitario Fontal, pero Fernando siguió frecuentando las actividades para padres de Salces, en especial el club de runners («corredores»), que en ese momento empezaba a dar sus primeras zancadas. Cada domingo corrían un «ocho a las ocho» (8 km. a las 8 de la tarde), y luego se contaban las cosas de la semana con una caña en la mano. A la vez, más o menos una vez al mes, participaban en carreras populares como la San Silvestre, la media maratón o un relevo de la Carrera 500 km. que une el colegio Tajamar, en el popular barrio de Vallecas, con el santuario de Torreciudad, en la provincia de Huesca.

La enfermedad y la Virgen María

Un día de 2023 llamó a la puerta de Fernando una grave leucemia. El shock duró para él mucho menos que para el resto de sus compañeros, y comenzó a correr por la vereda de su curación junto a todo el equipo de corredores, que pasó a acompañarle cambiando sus planes habituales. Oraciones, mensajes para mostrar cariño y apoyo, visitas a urgencias del «Hospital Gregorio Marañón»… eran cosas cotidianas por parte de sus amigos.

En octubre de 2024 un grupo de padres del club le llevaron una imagen de la Virgen de de Torreciudad el mismo día que volvían de un retiro espiritual que habían hecho en su santuario. Esa imagen le acompañó durante todo ese periodo, estuvo en la cabecera de su cama a lo largo de su estancia en el hospital y a ella se encomendó. Esto le llevó a crecer en una intensa piedad mariana, como dijo tiempo después en Salces, durante una charla en la que contó su experiencia: «Yo pensaba que estaba en la gloria: la Virgen en mi cabecera, mis amigos rezando por mí, y mi mujer y mis hijos a mi lado, dándome su cariño».

La crisis

Entonces llegó una fortísima crisis de dolor, y en esa fase crítica «hubo muchas noches oscuras en las que el dolor se me hacía insoportable, ahí la fe se pone a prueba. ‘¿Dónde está Dios ahora?’, me decía. ‘¿Por qué la Virgen que está en mi cabecero no me ayuda? ¿De qué sirven mis oraciones, si solo me alivia el fentanilo y la morfina, es decir, solo la ciencia te ayuda y los rezos no?’. Sin embargo, el hospital tenía un arma secreta: la visita diaria del capellán del hospital con la comunión». Las conversaciones habituales con este cercano sacerdote le llevaron a alcanzar una gran paz: «me decía a mi mismo: mira qué suerte que el Señor me viene a visitar al hospital, igual que mis familiares o amigos”.

La ayuda de Nuestra Señora de Torreciudad

La Virgen también le ayudó en los tiempos más duros: «A pesar de todo, la ansiedad y el pesimismo empezaban a abrirse paso. Hubo días en los que no supe o no quise transmitir alegría y paz a mi alrededor. Tuve momentos en los que di alguna mala contestación a los que me rodeaban. Pero en ese periodo de mi estancia, en el que por la noche me quedaba solo, ya que mi mujer se iba a casa, me quedaba con la Virgen de Torreciudad en mi cabecera y aprovechaba esos momentos para charlar con ella un rato. Tengo que confesar que, algunas veces, me echaba alguna bronca, y eso provocaba que, de inmediato, llamara a mi mujer para pedirle disculpas por mis malas palabras, y todo quedaba arreglado».

El final

Con el tiempo Fernando mejoró y llegó a salir del hospital en enero de 2025. Todos nos alegramos y nos esperanzamos al saber, tras un segundo trasplante de médula, que los resultados de las pruebas de control daban 0,00 en restos de células cancerígenas. Tras unos meses de mejora, comenzaron a aparecer células malignas, que le llevaron a una fase de múltiples tumores, desperdigados por el cuerpo, que fueron combatidos con radio. En julio, tras contagiarse de COVID, se disparó la leucemia y se perdió definitivamente el control sobre la enfermedad. El 31 de julio ingresó en urgencias del hospital y, tras alguna prueba que confirmó que no había terapia posible para curar o medicamentos para frenar la enfermedad, solo quedaron los cuidados paliativos, como fue la sedación en los últimos momentos. Fernando falleció el 13 de agosto de 2025.

Fernando era profesional autónomo, y él explicaba que eso le configuró como persona, le hizo fuerte y deportivo ante las dificultades. La formación que recibió le enseñó a valorar lo que es realmente importante en la vida: Dios, su familia y sus amigos. Ramón, una gran amigo suyo, destaca la normalidad con la que hablaba de sus terapias y de sus visitas médicas, como si fueran gestiones normales de la vida diaria que no fueran con él, incluso cuando pasaba por los momentos más delicados. «Esto último es muy difícil de encontrar en un moribundo que sabe que le queda poco tiempo de vida», afirma Ramón. Fernando sigue presente para muchos amigos, como modelo de coherencia en la vida ordinaria y como ejemplo de conducta cristiana.

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