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Soy sacerdote. El 3 de julio estaba atendiendo una actividad con jóvenes cerca de Torreciudad, y al terminar la mañana subí en coche al santuario. Al llegar me di cuenta de que me faltaba la tableta. Regresé inmediatamente donde estaba el grupo pensando que la había olvidado allí, pero no sólo no estaba, sino que me dijeron que me habían visto salir con ella en la mano.

Revisé el coche varias veces pero ni rastro, era un misterio cómo podía haber desaparecido, hasta que se me ocurrió que a lo mejor la había dejado olvidada encima del vehículo al subirme. Revisé un largo tramo de la cuneta de la carretera de subida al santuario buscándola, pero no la encontré. Al llegar a Torreciudad le pedí a la Virgen que apareciera, no solo por el valor económico, sino porque la necesitaba para poder rezar y predicar. Estaba preocupado y se lo rogué con fuerza.

A la hora de la comida conté lo que me había pasado. Uno de los sacerdotes que vivía conmigo me dijo: «Te voy a dar una alegría. Esta mañana bajaba del santuario y, a la altura de la presa, un señor me hizo señas para que parara. Lo hice y me dijo que había encontrado una tableta en medio de la carretera, en una recta larga, y que al abrirla, en la pantalla de bloqueo, aparecía una imagen de la Virgen, por lo que debería ser de algún sacerdote, así razonó. Que había dejado la tableta en el bar-estanco de la carretera y que avisara a otros curas por si encontraba al dueño para decirle dónde la podía recuperar».

Bajé al estanco y allí estaba la tableta, intacta, sin un rasguño, a pesar de haber caído del techo del coche a 50 km/h. Escribo estas letras con un profundo agradecimiento a la Virgen.