Hoy hace treinta años, el 7 de abril de 1970, el barbastrense Josemaría Escrivá peregrinó a la ermita de Torreciudad y pudo ver y bendecir los comienzos de las obras de construcción del nuevo santuario, que cumplirá a su vez las bodas de plata el próximo 7 de julio. Ortíz-Echagüe, sacerdote y arquitecto, pudo acompañar al beato altoaragonés en aquel día, y hoy afirma que «Torreciudad tiene un ambiente de paz y de conversión. Veinticinco años son muy pocos para la historia de un santuario, que pienso tiene un lugar importante en la propagación de la devoción a la Virgen».
Residente en Alemania desde 1983, mons. Ortiz-Echagüe recuerda de aquella visita el deseo del beato Escrivá de que el santuario cumpliera tres misiones: que fuera un lugar de oración, tranquilo; un lugar de conversión, y en tercer lugar, de formación, donde muchos tuvieran ocasión de conocer mejor la doctrina de la Iglesia, y donde también se hiciera una labor de formación social. Responsable de la coordinación general del proyecto , señala que «una cosa que me parece muy importante -añade- es que se mantenga en Torreciudad ese ambiente de serenidad y de paz, como me comentan tantos alemanes, impresionados por ese ambiente». Después de recordar cómo se encontraba este lugar en 1970, dice que «se están realizando muchas cosas que parecían un sueño. Antes miraba la explanada y me decía ¡qué locura, no se llenará nunca! Ahora que se ha llenado en varias ocasiones, pienso que los deseos del fundador de la Obra se van cumpliendo, como cuando nos decía que no lo hiciéramos angosto, pequeño, porque vendría mucha gente».
Del viaje entre Zaragoza y Barbastro en 1970, don César, que conducía el vehículo, recuerda que después de contarnos el milagro del cojo de Calanda, insistió en el valor de lo ordinario, en no acudir a soluciones extraordinarias, en que «no tenemos que pedir a Dios milagros para cosas que podemos resolver con un trabajo bien hecho». Me acuerdo que dijo que «si trabajamos bien, en equipo, ofreciéndolo a Dios, superando envidias, discusiones, conseguiremos un gran cambio en el mundo». En sus recuerdos, mons. Ortiz-Echagüe destaca que «el beato le pedía a la Virgen milagros espirituales, es decir, conversiones, el amor de los matrimonios, entre padres e hijos, el amor y la paz entre los pueblos. Y decía que esos objetivos los podemos pedir, podemos rezar, y llegarán en muchos casos a través del sacramento de la reconciliación». «Al llegar a Barbastro -recuerda don César-, procuré conducir especialmente despacio, para que pudiese reconocer los sitios, le pregunté si quería dar un paseo. Pero nos dijo que no, que iba sólo a rezar a la Virgen, y que ya volvería a Barbastro. Quería hacer esta romería sin ningún ruido ni manifestación externa. Iba mirando todo con gran cariño, recordando sin duda tantas cosas».