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La clausura hoy del Ciclo Internacional de Órgano de Torreciudad ha corrido a cargo del dúo formado por el organista donostiarra Gerardo Rifón y el violonchelista canario Ángel Luis Quintana, que ha tocado un magnífico instrumento: un violonchelo de 1800, obra de Josef Guadagnini y propiedad de la Fundación Columbus, que busca visibilizar las enfermedades raras en la infancia a través de la música y que colabora por primera vez con el Ciclo.

El programa ha tenido una impronta claramente romántica, y ha generado una atmósfera musical muy espiritual que ha cautivado al público asistente. Ha comenzado y terminado con un Ave María por expreso deseo de los intérpretes, al tener lugar el concierto en un santuario mariano (de Caccini el primero y de Piazzola el segundo). En la primera parte del repertorio ha podido escucharse el Arioso de Bach, pieza de gran lirismo, y la Canción sin palabras de Mendelsshon, escrita precisamente para violonchelo y piano, así como un solo de órgano del austríaco Josef Latzelsberger, con 4 partes muy contrastantes, en el que se ha podido apreciar plenamente la sonoridad de los 4.072 tubos del órgano, obra del Maestro Gabriel Blancafort.

Ha seguido El cisne del Carnaval de los animales de Saint-Saëns, creando un ambiente muy intimista, y el Benedictus de la Misa por la Paz del galés Karl Jenkins, dedicada a las víctimas de la guerra de Kosovo. La voz del chelo, en esta obra minimalista, ha alcanzado un misticismo que muchos asistentes no han dudado en calificar de sublime.

Después Quintana ha interpretado un asombroso solo de violonchelo en el que el compositor polaco Kristoff Penderecki explora todas las posibilidades del instrumento. Dedicado a Slava Rostropovich, a partir de una nota «la», la composición se enreda como una tela de araña y finaliza con una breve marcha fúnebre en la que destacan tres grandes golpes con la mano izquierda que figuran golpes de timbal con carácter trágico. Se trata de una obra que exige un gran virtuosismo en el artista. Ha finalizado el concierto con el Ave María de Piazzola. Este compositor argentino se sale en esta pieza de su lenguaje popular habitual para regalarnos una joya íntima y espiritual.

«Al llegar al santuario sentí una paz muy grande y unos fuertes deseos de tocar —ha explicado Quintana al terminar la actuación—, y el concierto ha superado todas mis expectativas, había un silencio que me ha emocionado, un público ejemplar. Me voy con la sensación de haber recargado pilas musicales, profesionales, espirituales…». Rifón, por su parte, ha comentado que «la conexión con Luis Ángel ha sido profunda, hemos disfrutado mucho con la actuación. Personalmente, me encanta cómo suena este órgano, la acústica del lugar. Después de un mes de mucho trabajo, para mí ha sido un broche de oro culminarlo así».

Maite Aranzabal, directora del Ciclo de Órgano, ha hecho balance de la edición de este año: «el incremento en la asistencia de público respecto al año pasado, con cerca de 1.400 personas en el conjunto de los cuatro conciertos, nos confirma en el acierto de haber apostado, en primer lugar, por conjugar el órgano con otros instrumentos melódicos, y en segundo lugar, por priorizar repertorios de los siglos XIX y XX e incluso contemporáneos. La variada procedencia geográfica de los asistentes, con especial arraigo en el ámbito local, y la fidelidad a lo largo de los años de muchos de ellos son motivos de satisfacción, y también de estímulo para seguir trabajando y colaborando en el desarrollo cultural, social y económico del territorio».