Durante varias semanas de julio y agosto están colaborando con el santuario dos diáconos de Sri Lanka y tres seminaristas de Indonesia, Nicaragua y Filipinas, todos ellos estudiantes en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Su ayuda en el culto y en la atención de peregrinos facilita el ambiente de oración y de acogida en una época caracterizada por un intenso flujo de visitantes. Cada uno ha vivido con especial intensidad e ilusión aspectos específicos de su trabajo, tal y como vamos a reflejar en estas líneas, pero la conclusión unánime es que han crecido decisivamente en su amor a la Madre de Dios, que su estancia en Torreciudad les ha servido para querer más a Santa María y para contagiar a muchas personas su devoción mariana.

Menaka Nanayakkara tiene 28 años y le queda uno para su ordenación sacerdotal. Nacido en Sri Lanka, ya tiene experiencia como voluntario en Torreciudad, pues hace durante una Semana Santa y dos veranos ha venido a ayudar. «Aquí en Torreciudad -nos dice- he visto la sed de Dios que tiene la gente, y he palpado cómo la Virgen María les ayuda y les empuja hacia Jesús». Esa experiencia le ha dejado una huella profunda: «ver esa sed me ha animado mucho, me ha convencido de que vale la pena procurar, con la ayuda de Dios, ser un sacerdote santo y bueno».

Alexander Binsar Tampubolon es indonesio y el más joven del grupo, con sus 21 años. En esta su primera estancia en Torreciudad lo que más le ha llamado la atención ha sido «cómo se cuidan las mil cosas pequeñas que hay relacionadas con la liturgia, pero no por un motivo de perfeccionismo, sino por amor a Dios». Se le quedó muy grabada la explicación de que, al guardar la jarra utilizada para la purificación de las manos del sacerdote en la Santa Misa, había que secar la base, porque quedaba con agua de la vasija en la que reposaba. «Me di cuenta de que no era una manía o una excelencia humana, sino una forma de tener un detalle de cariño con el Señor, con las cosas que se refieren al culto divino».

John Mark Mijares es originario de Filipinas, tiene 25 años y es el segundo verano que colabora con Torreciudad. «A mí me gusta mucho la música -nos explica-, y aquí experimento especialmente que la música litúrgica ayuda a rezar, facilita que los fieles o incluso los no creyentes entren en comunión con Dios». En varias ocasiones le ha alegrado mucho encontrarse con personas que, al terminar la Santa Misa, se han acercado a él y le han dicho: «¿eras tú el que tocabas? La acción de gracias tras la comunión la hemos hecho muy bien con esa música… ¡Qué gozo, un seminarista joven!». «Cuando regrese a mi país -concluye- espero impulsar mucho el empleo del canto litúrgico».

Alexis Cecilio Aragón ha cumplido 26 años y es nicaragüense. Su carácter extrovertido le ha llevado a disfrutar especialmente con las visitas guiadas a pequeños grupos de peregrinos. «En mi futura labor sacerdotal tengo el propósito de no perder nunca esta cercanía con la gente, ofrecerles la misma acogida que he experimentado yo aquí, que vine como peregrino hace un tiempo». En esos recorridos guiados ha procurado facilitar momentos de silencio en los que los visitantes han podido captar el ambiente de espiritualidad que se respira en Torreciudad: «en el santuario todo ayuda para el encuentro con Jesús y con María: el paisaje, la arquitectura, las esculturas, la música… Nuestra labor consiste en ponerlo de relieve con la conversación respetuosa y cordial».

Mario Kandanearachchi es el otro diácono de Sri Lanka. Con 31 años, es el voluntario de mayor edad del grupo, y también se encuentra, como Menaka, a pocos meses de ordenarse sacerdote. «Aquí no he visto milagros físicos, eso es cierto, pero puedo asegurar que he visto milagros del corazón, auténticas conversiones -afirma emocionado-; todavía recuerdo la conversación con un chico, después de una visita guiada con su familia, que me abrió su alma contándome el miedo que tenía de dar el paso para ser sacerdote, un miedo muy grande». A Mario se le agolpan en la memoria muchos otros casos, pero prefiere centrarse en este: «le recordé las palabras que pronunció san Juan Pablo II cuando fue elegido Papa (¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!), y después de charlar un buen rato, abandonó sus temores, aquí mismo le dijo que sí a Jesús y decidió ser sacerdote. Fue uno de los días más felices de mi vida».