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Publicamos este espléndido y trabajado testimonio de un visitante que, en su itinerario por Torreciudad, se convirtió en peregrino.

Una verdadera experiencia espiritual

Hace unas semanas acompañé a mi amigo E. a Torreciudad. Como él había tenido recientemente una afección cardíaca, como pretexto le dije que no le convenía conducir tantos kilómetros. Pero en el fondo lo que me impulsaba era la curiosidad y mi afición a todos los temas relacionados con las religiones.

Soy cristiano, creyente y no practicante. Mis desencuentros con la religión católica tienen algo que ver con la saturación (toda la vida estudiando en colegios de curas, en una universidad de curas y después años de profesor en la misma universidad) y el trato recibido por parte de algunos miembros del clero.

Mi primera impresión al divisar el santuario desde la carretera fue una imagen de belleza y austeridad en medio de un paisaje que invitaba a la meditación y al recogimiento. Al llegar fuimos muy bien recibidos y atendidos y me dediqué a recorrer todo con calma mientras mi amigo se reunía para trabajar algunas tareas de su encargo como Delegado de Torreciudad en mi ciudad.

Al acercarme lo primero que me impresionó fueron las formas constructivas, de extraordinaria sobriedad, y sobre todo los materiales de los que está construido: simples tochos de barro. Para mí fue una revelación: ¡sorprendente que el más sencillo de los materiales de construcción pueda convertirse en un palacio espiritual! Tampoco se me escapó el enorme simbolismo: todos los hombres somos simples tochos de barro, unos al lado de los otros, dirigidos por el pensamiento de un Arquitecto, podemos devenir en santuario.

Estuve largo rato en las galerías, relajándome, meditando, contemplando el embalse, los bosques afectados por la procesionaria del pino… Y entonces a las 11 anunciaron la misa. Voy a menudo a misa, para acompañar a mi anciana madre, y debido a los excesos a que me refería antes, todavía puedo seguirla de memoria en latín, pero hacía muchos años que no iba yo sólo. Tuvo lugar en la capilla del Santísimo y después entendí a qué se refería nuestro guía cuando decía que era el “Cristo que habla”.

La imagen del Cristo en la cruz regalada por san Josemaría Escrivá a Torreciudad es de una impresionante belleza, no sólo artísticamente hablando o por los nobles materiales de que está hecha, sino sobre todo por la actitud que representa. Me explico: Cristo en la cruz no es la imagen del Rey de reyes, sino la del Rey del fracaso, del dolor, del castigo, de la injusticia y finalmente de la muerte. Y Él lo sabía, más que nadie; sabía qué era lo inevitable, sabía de Sus horas de agonía y de Su muerte, eppur… y sin embargo…

En vez de abandonarse a la muerte y acabar así con la tortura, mira desafiante a sus verdugos y les perdona, porque no saben lo que hacen. Y mira a la muerte que está tomando su cuerpo, y mira a su Madre y a sus amigos que lo acompañan en Sus últimos momentos de su vida terrenal. La impresionante belleza de la imagen no debe hacernos olvidar la ignominia y el dolor del tormento que sufrió: la crucifixión era una tortura tan cruel que pronto fue abolida, y sustituida por la horca.

El crucificado no tenía una imagen dorada, sino negra de tantas moscas atraídas por la sangre. Las piernas eran dobladas contra el madero, sin estos cómodos poyetes de nuestras imágenes, y atados o clavados los pies para que se pudiera apoyar y así alargar el suplicio: si quería respirar una bocanada más de aire debía apoyarse en los clavos que desgarraban su carne. Nadie se molestaba en poner a los reos estos estéticos taparrabos de nuestras imágenes y por lo tanto su desnudez se veía exagerada por la postura de las piernas. Finalmente, si los soldados se cansaban de esperar o si tenían que irse, con unas mazas rompían las piernas de los crucificados que, al no poderse apoyar, se asfixiaban en pocos minutos.

Sí: la cruz no es una imagen dorada, la cruz es incómoda. Cristo: ¡eres incómodo!, ¿Cómo te atreves a pedirnos que cojamos nuestra cruz y sigamos tus pasos? Y sin embargo (eppur… y quien no sufra contradicciones que tire la primera piedra), sabiendo lo que en realidad era la cruz, delante de Cristo en la capilla del Santísimo, no me sentí nada incómodo, me sentí reconfortado, acompañado y tal vez una de Sus miradas se posó un leve instante sobre mí, sobre su hermano. Entonces entendí por qué la imagen es dorada: no es la imagen de Su tortura, de Su derrota, de Su muerte, es la imagen de nuestra redención, el mayor sacrificio por quien menos se lo merecía.

Al leer este testimonio, María Ajroldi nos envió desde Italia el siguiente mensaje:

Quiero añadir una idea al bonito testimonio del visitante que se ha quedado removido en la visita al santuario. La idea se refiere a la arquitectura, que es efectivamente de mucho valor, y en particular al material escogido por el arquitecto, los ladrillos. A mi parecer, también este material tiene mucha relación con la fe cristiana. Los romanos lo utilizaban mucho, pero nunca lo dejaban a la vista. Las fachadas importantes se terminaban con mármol, y las fábricas menores con algún producto que se pudiera pintar. En cambio, con el cristianismo se aprende a valorizar todo lo que hay en la creación y a dar relieve también a los materiales más humildes. Yo escribo desde Italia, y puedo poner como ejemplo una pequeña iglesia de la Alta Edad Media, la Cattolica di Stilo, en Calabria. Está toda hecha con ladrillos, utilizados de manera muy artística. Quizá esta pequeña observación pueda servir para valorizar más el santuario…
Cordiales saludos. Maria Ajroldi