Ahí está mi Madre, camino al Calvario,
llorando en silencio,
la pena de su sufrimiento.
Ella, que nunca ha dejado sólo
a su hijo tan amado.
Ella que siempre se ha desvivido
por estar siempre a su lado.
Ha pasado desapercibida tantas veces
tras seguir los pasos de su hijo,
pero siempre allí ha estado
cuando más la ha necesitado.
Y ahora que nota el dolor en su alma
de esa espada traspasada,
ahí está junto a Jesús
amándole hasta el final.
Desgarro profundo del Corazón,
como si se lo arrancaran sin más…
Se unen al madero, dos corazones latentes
el amor de una madre y el amor de su hijo.
Arrodillada a los pies de la Cruz
mece el cuerpo de Jesús
mientras alza la vista al cielo
y clama en acción de gracias:
» Ya todo se ha cumplido».
Queda desnuda esa Cruz
pero allí sigue vivo su Corazón.
Antes de darle al cuerpo sepultura,
se abraza al leño que le dió muerte.
Lo besa con gran ternura
y en su piel, lo tatúa.
Limpia con delicadeza infinita
las heridas producidas
besando una y otra vez
la de sus manos y sus pies.
Al llegar a su Costado abierto,
toda Ella se estremece.
Allí, un instante se detiene
depositando el beso más hermoso…
Y enjuagando su rostro,
lo envuelve con amor infinito.
Quedan las huellas en esta tierra
del dolor inmensurable de su Madre,
del amor humano y tan divino de su Hijo.
S.R.