Skip to content Skip to footer

Vengo Madre al calor de tus brazos en esta noche ya cansada de la jornada. Son las 22.30h y acabo de llegar a casa pero he querido estar contigo este ratito para decirte que he visto a Mi Cristo Sufriente llevando mi Cruz entre las gentes, a mi Cristo roto de dolor por mis pecados y los de todos los hombres…mi Cristo llagado de la cabeza a los pies aguantando en un suspiro la agonía más latente…esas llagas que en su cuerpo he provocado cuando con los latigazos de mi egoísmo e indiferencia, con mi soberbia y mi carácter, tales heridas en su piel he marcado. Y tengo que confesarte Madre que además de todo esto, he colocado en su sien la más punzante de mi corona de espinas: ésa que con mis manos he ido moldeando cuando tanto le he ofendido con mis críticas interiores, con tantas murmuraciones, o simplemente por no estar pendiente de los demás… Pero Él, Madre, calla. Clava su mirada triste y apagada en mí y yo me deshago en un llanto desmesurado porque no hay nadie que ame como Él solo me ama.
Mi Cristo maltratado y humillado por mi forma de vivir tan lejos de Él. Mi Cristo paciente que a pesar de querer padecer por mí la crucifixión, sigue esperando mi salvación…
Madre, tengo el corazón hecho añicos pues desde que aprendí a darme a tu hijo, siento un dolor profundo por cada uno de mis pecados y aunque quiero dejar de hacerlo, soy tan poquina cosa, que caigo una y mil veces y Él desde mi Cruz, siempre me recoge. ¡Quiero oh Madre Mía aliviar un poquino su dolor¡ Por eso te pido por favor, que cuando ocupe su lugar en este rudo madero para que Él en tus brazos pueda descansar de nuevo, me des la fuerza necesaria para aguantar con valentía, en reparación de todas mis faltas cometidas.
¡Contemplaros desde lo alto de esta Cruz es un regalo! Mi Madre te arrulla en su regazo y tú mi Jesús, te dejas hacer sin más. Y aún te quedan fuerzas para elevar la mirada y decirme sin palabras cuánto me amas…
¡Madre, cuida de Él cuando yo no pueda! Te quiere con locura, tu pequeña.