AL CRISTO DE TORRECIUDAD
A la izquierda de la nave, allí te encuentro,
enclavado en una cruz, de la que Tú eres el centro;
manchado de dolor, de espinas coronado
y a la vez con el semblante sereno y sosegado.
Con tu escandaloso silencio, y tus labios semidespegados,
me pides que hable,
por todas aquellas veces que he callado,
me pides que te afirme,
por cuantas veces te he negado,
me pides que vea,
por tantas veces que me he cegado.
Y yo, Señor, con el corazón encogido
y con todo mi ser medio compungido,
tan sólo me sale pedirte perdón,
Tú sabes Señor, que soy un pobre pecador,
¿qué sería de mí, si Tú no me ayudaras?
¿qué sería de mí, si Tú Señor, no me alentaras?
Llévame hacia Ti Señor, llévame hacia Ti.
Que no me ate a nada de aquí.
Sólo una cosa quiero, sólo una cosa clamo:
Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.