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José Ramón Garitagoitia Eguía acaba de doctorarse en Ciencias Políticas, con una tesis presentada en la sede central de la UNED y en la que analiza «El pensamiento ético-político de Juan Pablo II». Garitagoitia comenzó en 1992 la tesis en la UNED de nuestra ciudad, a cuyo equipo directivo está muy agradecido. Con muchos amigos en Barbastro, desarrolla ahora su actividad universitaria y profesional en Zaragoza.

A raíz de la defensa de la tesis, señaló en un coloquio celebrado en Torreciudad que «para el Papa, la democracia es una empresa moral, una prueba continua de la capacidad de un pueblo de gobernarse a sí mismo para servir al bien común y al bien de cada ciudadano». El nuevo doctor, que recibió la máxima calificación, subraya que «el Papa es una de las personalidades más atractivas del siglo XX, también para los políticos. Así lo han demostrado las delegaciones de diputados y senadores de 96 países que asistieron en Roma al jubileo de los políticos, entre las que se encontraban algunas de naciones no cristianas». Para este experto «entre la inmensa variedad de campos que ha tratado el Papa en sus escritos, la reflexión sobre los asuntos públicos ocupa un lugar destacado».

Garitagoitia destaca como resumen del pensamiento papal que «la coherencia de un político debe expresarse en una correcta concepción de la vida social y política a la que está llamado a servir. Lógicamente, la aplicación de esos principios no es fácil. Sin embargo, no se puede reducir la política a una pura mediación de intereses, o a una cuestión de demagogia o cálculos electorales. Hay que insistir en que el servicio político pasa a través de un compromiso, ejercido día a día, que exige una gran competencia en el desarrollo del propio deber y una moralidad a toda prueba en la gestión desinteresada y transparente del poder». A la hora de destacar la particular aportación de Karol Wojtyla a la política, Garitagoitia señala que «la edad moderna se muestra orgullosa de su humanismo y declara la libertad como su más noble aspiración. Wojtyla lo comparte, pero piensa que ni el humanismo moderno ni la libertad que persigue cuentan con cimientos seguros. Y las grietas en los cimientos son un gran riesgo para millones de personas, sean católicas o no. Un humanismo incapaz de dar un fundamento sólido a su valor más apreciado, que es la libertad, desemboca en un humanismo a la deriva. Luego, la libertad se convierte en licencia y la anarquía en una amenaza que acaba desembocando en tragedias como las que ha visto el siglo XX, llámense nazismo, comunismo, racismo, nacionalismo, o la actual amenaza del progreso científico y tecnológico descontrolado. Juan Pablo II propone al mundo entero una reflexión sobre la naturaleza del ser humano, sobre los requisitos morales de la comunidad humana, y sobre la trayectoria y destino de los hombres».

En relación a los mensajes del Papa, piensa que «la universalidad de sus intereses y preocupaciones tienen su raíz en su profundo compromiso cristiano. Ese arraigo tan intenso en su fe puede resultar sorprendente en un mundo en el que la falta de convicciones firmes es uno de los distintivos de la modernidad. Pero esa convicción es lo que le ha permitido proclamar desde le primer día: ¡No tengáis miedo!» En el terreno práctico, Garitagoitia concluye que política y honestidad son posibles y compatibles: «Es importante que haya personas convencidas de que la política no es sólo el arte del acuerdo. Entendida en su auténtico significado, como servicio al hombre, la política tiene una esencia moral irrenunciable. No es algo mecánico. Es otra de las conclusiones de la tesis». Sobre el pensamiento de Juan Pablo II sobre la democracia, este especialista recuerda que el Pontífice «es rotundo al afirmar que entre los sistemas de organización política que se han conocido a lo largo de la historia, la democracia es el que