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La Navidad se nos muestra como una escuela extraordinaria; aprovechemos las lecciones que nos dirige Jesús. Como recordaba nuestro Padre, detengámonos en la naturalidad de su nacimiento. “Comienza estando en el seno de su Madre nueve meses, como todo hombre, con una naturalidad extrema. De sobra sabía el Señor que la humanidad padecía una apremiante necesidad de Él. Tenía, por eso, hambre de venir a la tierra para salvar a todas las almas: y no precipita el tiempo. Vino a su hora, como llegan al mundo los demás hombres” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 18). También podemos considerar su sencillez. “El Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre” (Ibid.). Imitando con decisión al Maestro, podemos unir lo divino y lo humano en nuestra existencia ordinaria. Basta que nos esforcemos por poner a Dios en el centro de nuestra actividad, con el empeño de cumplir nuestros deberes para darle gloria, y rectificando aquellos motivos que pudieran dificultarlo.
 
En esos días previos a la Navidad, no olvidemos que María y José continúan llamando a las almas, como entonces a las puertas de las casas de Belén. “No me aparto de la verdad más rigurosa -aseguraba San Josemaría-, si os digo que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón. Hemos de pedirle perdón por nuestra ceguera personal, por nuestra ingratitud. Hemos de pedirle la gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestras almas” (Ibid., n. 19). En las próximas semanas, la liturgia, al hacer eco a la voz de Jesús, nos recomienda vigilar: “Velad, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor” (Mt 24, 42). Es lo mismo que recuerda el Papa a todos los cristianos: “Jesús, que en la Navidad vino a nosotros y volverá glorioso al final de los tiempos, no se cansa de visitarnos continuamente en los acontecimientos de cada día. Nos pide estar atentos para percibir su presencia, su adviento, y nos advierte que lo esperemos vigilando (…). Preparémonos para revivir con fe el misterio del nacimiento del Redentor, que ha llenado de alegría el universo”
(Benedicto XVI, Homilía en el primer Domingo de Adviento, 2-XII-2007).
 
Mons. Javier Echevarria, Prelado del Opus Dei
Roma, 1 de diciembre de 2008.