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Al hacer balance del XIV Ciclo Internacional de Órgano, Javier Mora-Figueroa, rector de Torreciudad, explica el valor de la belleza y de la música como formas apropiadas de aproximación a la experiencia de Dios, de apertura a la trascendencia y a la vivencia de la fe.

¿Por qué merece la pena el esfuerzo de organizar todos los años este Ciclo de Música en Torreciudad?

El gran público es sensible a la calidad artística que aprecia en el ciclo de música y, gracias a estos intérpretes, puede descubrir ese camino que nos lleva a Dios que es la belleza. Todo lo hermoso, de alguna manera, nos dirige hacia la fuente de la belleza, que es Dios, el Creador de toda la armonía. Y eso ocurre con cualquier tipo de belleza: un paisaje, una escultura, un poema… Lo que pasa es que nos conmueve de forma especial la belleza que entra por el oído.

Cuando escuchamos una pieza musical y nos emocionamos experimentando su grandeza, algo está sucediendo en nuestra interioridad. Es como si fuéramos más conscientes de que tenemos un alma que tiene nostalgia de lo bello. Por eso organizamos en Torreciudad un Ciclo Internacional de Órgano, porque, como dijo Benedicto XVI, «la música es verdaderamente el lenguaje universal de la belleza, capaz de unir a los hombres de buena voluntad en toda la tierra y de llevarles a elevar la mirada hacia lo Alto y a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su manantial último en el mismo Dios».

Entonces, ¿qué relación existe entre la Iglesia y la música, o en sentido más amplio, el arte y la cultura?

La Iglesia ha desempeñado siempre un papel de primer orden en la conservación y difusión de la cultura de cualquier época, incluso como mecenas de las artes. Pero no solamente para contribuir al patrimonio de la humanidad, sino porque para nosotros, los cristianos, la belleza es el esplendor de la Verdad. La máxima expresión de la belleza es la belleza absoluta de Dios. Por eso, la via pulchritudinis, el camino de la belleza, es sendero apropiado para descubrir a Dios. Decía Von Balthasar que «lo primero que captamos en el misterio de Dios no es solo la verdad, sino la belleza. Por eso es una clave fundamental para comprender el misterio de Dios».

Por tanto, la música puede acercar a la fe…

Personas muy notables se han convertido a través de la música. El literato francés Paul Claudel se convirtió el día de Navidad en la catedral de Notre-Dame de París mientras un coro infantil cantaba el Magnificat. Al filósofo español Manuel García Morente le ocurrió lo mismo después de oír una retransmisión radiofónica de L’enfance de Jesus de Berlioz. Raissa Maritain, la gran filósofa, decía que «la música religiosa desata el nudo del cuerpo y del espíritu, libera el alma… así sucede con toda obra de arte inspirada por el amor de Dios». El Señor aprovecha la gran capacidad de conmover que tiene la música, y su gracia toca a la persona y puede conquistar un alma. También muchos compositores han encontrado a Dios en su vida a través de la música. Por ejemplo, Haydn, después de componer el oratorio La Creación, su obra maestra, dejó escrito: «Nunca he sido tan devoto como cuando elaboré La Creación. Todos los días me arrodillaba y oraba a Dios para que me diese fuerza en mi trabajo».