La Santa Sede ha comunicado hoy el fallecimiento del Papa emérito Benedicto XVI a los 95 años de edad. Unidos al dolor del Papa Francisco y de todos los cristianos, en Torreciudad ofreceremos la Santa Misa de las 18:00 h. y el rezo del rosario de las 17:00 h. por el eterno descanso de su alma, ambas celebraciones retransmitidas en directo por nuestro canal de Youtube. Pediremos al Señor que le conceda un gozo muy grande en el Cielo que premie su entrega por la Iglesia y por las almas, llevada con amor generoso hasta el final de su vida.
Os ofrecemos a continuación tres textos para meditar: unas preciosas palabras que Benedicto XVI pronunció el 15 de septiembre de 2008 sobre el sufrimiento humano y la sonrisa de la Virgen María, que reflejan su profundo amor a la Madre de Dios y su experiencia filial de confianza en Nuestra Señora, el testimonio del prelado del Opus Dei, mons. Fernando Ocáriz, que fue colaborador durante varios años del entonces cardenal Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe, y un fragmento de la homilía que pronunció el Papa emérito tras la beatificación de san Josemaría Escrivá:
En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se refleja nuestra dignidad de hijos de Dios, la dignidad que nunca abandona a quienes están enfermos. Esta sonrisa, reflejo verdadero de la ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable. Sabemos que, por desgracia, el sufrimiento padecido rompe los equilibrios mejor asentados de una vida, socava los cimientos fuertes de la confianza, llegando incluso a veces a desesperar del sentido y el valor de la vida. Es un combate que el hombre no puede afrontar por sí solo, sin la ayuda de la gracia divina.
Cuando la palabra no sabe ya encontrar vocablos adecuados, es necesaria una presencia amorosa; buscamos entonces no sólo la cercanía de los parientes o de aquellos a quienes nos unen lazos de amistad, sino también la proximidad de los más íntimos por el vínculo de la fe. Y ¿quién más íntimo que Cristo y su Santísima Madre, la Inmaculada? Ellos son, más que nadie, capaces de entendernos y apreciar la dureza de la lucha contra el mal y el sufrimiento.
La Carta a los Hebreos dice de Cristo, que Él no sólo «no es incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros» (cf. Hb 4,15). Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios quiera.
Qué acertada fue la intuición de esa hermosa figura espiritual francesa, Dom Jean-Baptiste Chautard, quien en «El alma de todo apostolado», proponía al cristiano fervoroso encontrarse frecuentemente con la Virgen María «con la mirada». Sí, buscar la sonrisa de la Virgen María no es un infantilismo piadoso, es la aspiración, dice el salmo 44, de los que son «los más ricos del pueblo» (44,13). «Los más ricos» se entiende en el orden de la fe, los que tienen mayor madurez espiritual y saben reconocer precisamente su debilidad y su pobreza ante Dios. En una manifestación tan simple de ternura como la sonrisa, nos damos cuenta de que nuestra única riqueza es el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón de la que ha llegado a ser nuestra Madre.
Buscar esa sonrisa es ante todo acoger la gratuidad del amor; es también saber provocar esa sonrisa con nuestros esfuerzos por vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo que un niño trata de hacer brotar la sonrisa de su madre haciendo lo que le gusta. Y sabemos lo que agrada a María por las palabras que dirigió a los sirvientes de Caná: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).
Benedicto XVI, 15 de septiembre de 2008
ARTÍCULO DE MONS. FERNANDO OCÁRIZ, PRELADO DEL OPUS DEI
«Cuando a la edad de dos años Josemaría Escrivá había enfermado muy gravemente y estaba desahuciado por los médicos, su madre decidió dedicarlo a María. Con indecibles dificultades llevó a su hijo, por un camino áspero, a la Ermita de Nuestra Señora de Torreciudad y lo entregó allí a la Madre del Señor, para que fuese madre de él. Así Josemaría se supo toda su vida bajo el manto de la Virgen, que era su Madre».
De la homilía de Benedicto XVI tras la beatificación de san Josemaría Escrivá.