Hoy 7 de abril se cumplieron 32 años de la peregrinación penitente que el beato Josemaría Escrivá hizo a la ermita de la Virgen de Torreciudad, con el deseo de pedirle por el mundo, por la Iglesia, por el Papa, por la Obra. Esta tarde se rezó también el rosario desde el Crucero a la ermita, rememorando aquella peregrinación y agradeciendo a la Virgen los frutos espirituales logrados por su intercesión durante estos años.
En aquel momento comenzaban las excavaciones y las obras del santuario, que el beato Josemaría pudo bendecir y que sería inaugurado cinco años después, el 7 de julio de 1975. Después de este viaje peregrinaría a Fátima y Guadalupe, en México.
En ese mes la talla románica de la Virgen estaba en Madrid, concluyéndose su proceso de restauración, y el beato Josemaría pudo rezarle con gran piedad y devoción. En uno de esos ratos dijo: «me da mucha alegría pensar en los miles de almas que te han venerado y han venido a decirte que te quieren, y en los miles de almas que vendrán». Se refería así al futuro santuario, que había impulsado a partir de 1956.
La finalidad expresa de facilitar las conversiones a través de los sacramentos estaba perfectamente definida desde el primer momento, y en esa fecha de abril de 1970, al saber que habría cuarenta confesonarios, comentó: «Pues, aunque os parezca mucho, con el tiempo serán insuficientes». A través de la confesión llegarían los milagros espirituales que pedía a la Virgen de Torreciudad.
El martes, 7 de abril, después de rezar en la Basílica del Pilar, llegó a Torreciudad sobre las 11 h. Descalzo, caminó hasta la ermita mientras rezaba las tres partes del rosario -«hay muchas cosas que pedir a la Virgen», dijo-, con otras oraciones, como el Acordaos o el “Bendita sea tu pureza”.
Al llegar a la ermita, descalzo todavía, rezó ante la imagen que los santeros llevaban por los pueblos de la comarca, pidiendo limosnas para su culto. Recuerdan los acompañantes que estaba muy contento, y no se cansaba de mirar el lugar donde, durante siglos, se viene venerando la imagen de la Virgen de Torreciudad. «Después de sesenta y seis años -dijo-, vengo a cumplir con la Virgen». Y añadió: «No a cumplir, sino a demostrar mi gran amor a la Santísima Virgen, aunque sea un pobre hombre».
Después estuvo un rato con algunos de los responsables de las obras, insistiendo en que los milagros que esperaba eran espirituales: buenas confesiones, paz para las familias y para la sociedad, acercamiento de muchas almas a Dios…»Aquí no se venderá nada. De todos modos, habrá que poner alguna cosa para atender a los peregrinos; sin ganar, pero sin perder tampoco», dijo también.
Añadió que habría también mucha luz, y habló del amor humano limpio y noble, camino de santidad, que bendecía con las dos manos: «Bendigo a los novios y a las novias que se quieren con un amor limpio y cristiano; y me gustará que vengan a traer flores a la Virgen». Poco después se levantaron para mostrarle las dependencias. En una de las habitaciones, el arquitecto Heliodoro Dols tenía preparado un libro de firmas: «No suelo hacer nunca esto, pero pondré una cosa». Y escribió: «Madre mía y Señora mía de Torreciudad, Reina de los Ángeles, monstra te esse Matrem y haznos buenos hijos: hijos fieles. Torreciudad, 7 de abril de 1970».
En la planta baja estaban dos mujeres: la santera y una conocida suya, que había acudido para ayudarla. mons. Escrivá se dirigió a ellas: «Gracias por el cariño que habéis puesto, cuidando a la Virgen. Aquí se viene por amor a la Virgen».
Subió después a la zona de las obras. Heliodoro le explicó los trabajos de excavación y cimentación, especialmente los que se estaban realizando en aquellos momentos, en el lugar donde estaría la cripta de confesonarios. El arquitecto recuerda que «bendijo las obras y habló con algunas personas que trabajaban en ellas. Después de un rato se despidió de todos los que trabajábamos allí y nos dió la bendición».
Poco después iniciaron el r