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Maite Aranzabal (órgano) e Irene Mateos (violonchelo) clausuraron el pasado viernes la XXIII edición del Ciclo Internacional de Órgano de Torreciudad.

Es la segunda vez que el ciclo incluye esta combinación tímbrica, protagonizada en 2012 por el organista Daniel Oyarzabal y el violonchelista Josetxu Obregón. La magnífica acogida de aquella actuación se repitió este año pero con mayor intensidad y entusiasmo por parte de los asistentes. Aranzabal y Mateos ofrecieron un programa centrado en los siglos XIX y XX, con una relevante presencia de compositores del movimiento impresionista.El concierto se inició con «Salut d’amor», una bella obra de Elgar compuesta como regalo de compromiso para la que iba a ser su esposa, Alice Roberts. A pesar de ser la primera obra que publicó, enseguida se consolidó como un clásico debido a su gran calidad. Las dos piezas siguientes, «Vocalise» (Rachmaninov) y «Tristesse» (Fauré), son dos obras pensadas originalmente para voz y piano: la primera sin texto (de ahí su título, un ejercicio de vocalización), y la segunda basada en un poema sobre la primavera.

Las intérpretes quisieron dedicar «Vocalise» a las víctimas de terrorismo, en particular, a las de los recientes atentados en Barcelona y Cambrils. Aranzabal interpretó para órgano solo «Marcietta», del francés Dubois. Se trata de una pequeña marcha brillante con una frase muy rítmica que se va repitiendo a lo largo de la pieza. El programa continuó con Pedro Iturralde: «Balada galaica» y «El molino y el río». Gran saxofonista, Iturralde actuó en directo hace dos años en este mismo escenario. «Balada galaica» está escrita con una armonización inspirada en la música de jazz, mientras que «Molino y el río» es una canción vasco-navarra con ritmos populares de zortzico y jota, recordando su pueblo natal, Falces (Navarra).

La segunda obra para órgano del concierto fue la «Toccata» de Rutter. La forma «toccata» se caracteriza por ser una pieza virtuosística escrita para instrumentos de tecla. La de Rutter lleva como subtítulo «in seven» (en siete) debido al tipo de compás que utiliza.

Tras una primera parte más romántica, el protagonismo pasó a compositores de principios del siglo XX pertenecientes al movimiento impresionista francés. En la «Pieza en forma de habanera» de Ravel el ritmo distintivo de la habanera estuvo presente en el acompañamiento del órgano, mientras que el violonchelo fue ejecutando la melodía con numerosos pasajes libres y de virtuosismo. Después se escuchó «Beau soir», obra de Claude Debussy escrita sobre las impresiones de un poema de Paul Bouget.

Manuel de Falla y Gaspar Cassadó también estuvieron vinculados al movimiento impresionista francés, y coincidieron en París con Ravel y Debussy. En la «Melodía» de Falla el protagonismo estuvo repartido entre los dos instrumentos a modo de diálogo. Cassadó fue violonchelista y alumno de Pau Casals, y de él interpretaron su «Serenade», una obra muy completa, festiva y de gran riqueza melódica y tímbrica.

«Libertango» de Piazzola cerró la actuación, un título que es una palabra compuesta por los términos «libertad» y «tango», presumiblemente como bandera de la libertad creativa que buscaba Piazzola al crear el llamado «tango nuevo», a diferencia del tango clásico. Tras un larguísimo aplauso las artistas interpretaron como «bis» la hermosa nana vasca «Aurtxo Polita», canción que el violonchelo bordó con una exquisita delicadeza.

El público llenó el templo en el concierto con el mayor número de asistentes de todo el ciclo, cerca de quinientas personas. Público que la violonchelista definió con asombro y satisfacción como “respetuoso” y “entregado”. La gran complicidad que se percibió entre las dos intérpretes ayudó mucho a crear un extraordinario ambiente de deleite musical.

Aranzabal subrayó el gran lirismo del violonchelo por su capacidad de “cantar” y de transmitir con gran versatilidad frente al órgano. Por ejemplo, fue un reto interpretar obras de Pedro Iturralde adaptadas para este instrumento que, en general, se asocia a un repertorio más clásico. También resaltó el esfuerzo físico que supone para los músicos interpretar un instrumento con el volumen del violonchelo.

Como directora del Departamento de Música del santuario y organizadora del ciclo, Aranzabal mostró su gran satisfacción por el balance de esta edición, que ha exprimido al máximo las potencialidades del órgano de Torreciudad de 4.072 tubos construido por el maestro organero Gabriel Blancafort en 1977. A a lo largo de los años el ciclo ha ido in crescendo tanto en cantidad de público como en su entusiasmo y en la variedad de su origen geográfico. Y se confirma de este modo el creciente atractivo de la fórmula de combinación de instrumento solista con órgano.